viernes, 14 de mayo de 2010

Pequeño retrato de Giusseppe

Había un hombre que ya no está en Buenos Aires que solía decir que la vida era "esto". Ésto, se refería a un gesto indecoroso que aludía a las pasiones bajas del ser humano. Se llamaba José, para nosotros el tano Giusseppe. Dejé de verlo por el 2006, y luego, por esas vueltas de la vida, esa piedrita tan gastada que solemos usar todo el tiempo, me enteré que había fallecido.
La última vez que vi a José, lucía una remera manga larga, roja furiosa, con una foto de Guevara en el medio del pecho. Llevaba pantalones cortos y una especie de zapatitos veraniegos frescos. Caminaba por el barrio de Belgrano, con paso cansino pero seguro, como advirtiendo "Ojito, que acá vengo Yo, el gran Giusseppe, aquel que sabe que la vida no es más que setenta años y que es sólo esto".
Lo recuerdo en otra ocasión cuando caminamos juntos por la avenida Monroe hacia Cabildo. Había en un chapón de una obra en construcción unos afiches políticos de la UCR.
-Mirá este hijo de puta....cómo me cagó. Y pensar que lo ayudé- decía Giusseppe, mientras se lamentaba y me causaba gracia.

Hoy extraño a mi viejo grupo. A José, Sofía, Alicia, a la profesora de letras uruguaya que me prestó un libro de Vargas LLosa mientras me advertía que el autor odiaba a los argentinos, a Ignacio, rebosante de talento para las caricaturas, al viejo trompetista esquizo  pelado, amante del jazz, a la señorita radióloga superada con capacidad para manejar grupos y cuya vida había era cuasi perfercta, a la doña que se sentaba cerca mío y se encolerizaba inmediatamente comenzaba a hablar. Extraño también a la gran foto de Campelo, los viejos y malos chistes del mozo del bar. A la sensanción de independencia que me daba pedir un café, mientras iba a la barra.
Brindo por Giusseppe, sus remeras, sus pasos, sus ocurrencias, sus lecciones de vida, sus retos, sus convicciones y por el triunfo de la memoria.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Melodía

Vuelvo a sentir algo muy parecido a la felicidad. Estas melodías de Schuman me retrotraen a la época del conservatorio, al paso por sus aulas, al olor de la madera vieja,  la música excelsa e infinita que se gesta en las personas,  la sensibilidad de algunos profesores que nos transportan a otras esferas del pensamiento.
Hay un rumor detrás de la tristeza, como un atisbo de esperanza que me habla del paisaje. Y éste me cuenta de qué están hechos los instantes, y el tiempo escurridizo, fluído, como el agua y su espejo: el cielo.
En qué habrá pensado Schuman, cómo habrá sido el instante primero en que posó sus dedos sobre el marfil del piano. Cuánta gracia es necesaria para que la vasta mano recorra el teclado blanquinegro.
Esta melodía se repite en otro tiempo, en éste, en las cuerdas pulidas de una cantante que se desgarra pidiendo justicia por los muertos de la Amia.
Es la melodía del genial Shcuman que viene a este tiempo, para decirnos que detrás de la tristeza siempre hay un rumor, como un atisbo de esperanza...