lunes, 10 de agosto de 2009

Inconcluso

Estaba pensando en Sartre. En realidad, no tengo la certeza de que pertenezca a él o a su obra el pasaje que me comentó Alicia, pero, desde que se lo escuché, no pude quitármelo de la cabeza. Aparece en mí como una ráfaga que me azota. La escena, según me contaba ella, se desarrollaba en un cuarto, no importa de quién, y estaban por “hacer el amor”; de repente él pregunta: “te gustaría que lo hiciésemos con medias o sin medias”.
Debe ser que este momento es especial, y por eso estoy recordando, muy a mi pesar, aquel pasaje. Todo tiene que ver con la sexualidad, eso no es ninguna novedad. Mejor aún, todo tiene que ver con el deseo. Ahora, recuerdo también cierto relato de Moravia, este es verosímil, porque no me lo refirió ninguna Alicia, tampoco es que desconfíe de ella, sino que me gusta manejarme en el terreno de las certidumbres. En una novela de Moravia, aparece no explícitamente, el tema que aqueja al protagonista: la imposibilidad de relacionarse con los objetos. Él no podía acercarse a las cosas, entendiéndose por tal la categoría universal de cosa. La única manera en que se sintió cerca del mundo, fue cuando conoció a una joven, a la cual poseía de manera enfermiza, en términos estrictamente sexuales.
Creo que es esto lo que me lleva a escribir: el sexo, las pulsiones, el deseo, la necesidad, quizás el amor.
No puedo dejar de pensar en la última vez que hicimos el amor. ¿Será porque soy mal amante que creo que el sexo debería ser una experiencia guiada cuya meta es el orgasmo?
Sí, recuerdo la última vez que hicimos el amor, éramos noche y luna en una dialéctica perpetua. La ventana del cuarto dejaba filtrar una luz tenue como bocanada de humo azul, que insinuaba la silueta de mi amada. Me sentía como un explorador en el valle lunar, extasiado e intempestivo. La penumbra nos lamía con las ascuas de su lengua, recorría nuestros sexos, nuestros párpados, las mejillas. Ella se abría paso, cautelosa. Le ganaba los espacios a la penumbra, descorría las cisuras de su lengua, le ordenaba volver a la bóveda de su boca. Se volcaba mansa sobre mi, gemía como el alcohol del vino en los toneles …

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