lunes, 28 de diciembre de 2009
Rigor Mortis
No puedo dejar de pensar en la muerte. A veces pasa. No sé si a vos te pasa. Una vez entré en un barcito a jugar al pool y no podía dejar de ver a toda esa gente, fumando, riendo, jugando, bebiendo. En un flash vi a todos los cuerpos horizontales. Todo era estático. Todo silencio. Nada se movía. Hoy me vuelve a pasar, entre la gente y los autos. Qué pasa que están todos acostados.
viernes, 27 de noviembre de 2009
Epica a Jorjator el Mago

Correr frente a tí es un deporte que yo hago en silencio, decía el flaco Spinetta, pero correr frente a Mike es un deporte que no admite el silencio. Jorge, le revienta los oídos al silencio cada vez que abre la boca; es el alfa y el omega del trote, no hay nada más allá de los pasos intempestivos de Jorge, rebota sobre el suelo como si lo acariciara.
Ayer, corrimos por la avenida Parque, como le decía en un mail a Nico; ida y vuelta hasta el Plan Alborada, sobre el camino totalmente totonjeado, sorteando las tatrascas entre los árboles de los glorietas imperfectas.
Jorge enmelenado,
Jorge en camisa doble,
se quita una cuando la suda, y la lleva en la mano,
para que el General de los días pejotistas,
no lo tilde de descamisado.
No vaya a ser que me lo quiera hechar de la plaza,
el primer trabajador, a este trotamundo enamorado.
Jorge del Derecho, del Control Presupuestario,
del Código Aduanero y de la Lógica, Jorge
titán imbatible del lenguaje revolucionario,
Del talón metacarpiano y de las pantorrillas Jorge
de los parches de nintendo 64,
del marito tenis capo, Jorge
y de lo que le costó el amor de Laura
a Jorge del oyengue ensalivado.
jueves, 12 de noviembre de 2009
Chorch
Todo es lenguaje. Chorch, como le dice el Tonga a Jorge, es un alquimista del lenguaje. Qué curioso, Tonga que para nosotros es Gastón al vesrre afectivamente, para los porteños, supuestamente y quiero recalcar el supuestamente, Tonga es lo viril. "Acá tonga es poronga" decía el Tonga que le explicaban unas compañeras de estudio, "así que por favor, no uses ese término y estudiemos".
Con Chorch, una vez conseguimos un juego para computadora de boxeo. Tenía a varios pugilistas, pero el que elegía a Lamotta, les rompía el alma a todos. Era así. No había con qué darle. Empezamos entrenando livianito, unos minutos por día, y después se hizo vicio, y le dábamos masa al game varias horas. "Grande Lamotta!, con Lamotta te rompo el culo! Mucho, mucho Lamotta, Lamotta for president", pero jorge no puteaba. Jorge nunca puteó. Es un fenómeno. Raro y curioso fenómeno. Nunca se lo ha visto de torso desnudo. Por eso, nos preguntábamos los fines de semana, cuando no reunímos con los gurieses, si tiene ombligo Jorge. Si no tiene ombligo, es probable que sea un Adán anacrónico, y como no putea, y ahora se dejó el pelo largo, ya tenemos a un salvatore nuevo en el barrio.
"Lamoura, la gran Moura" exclamaba Jorge, parafrasenado la pronunciación de los yanquis de la tele. "Qué grande es Lamoura" decía Jorge cada vez que ganaba con Jack Lamotta a Sugar Ray Robinson, y quedábamos con los dedos acalambrados de tanto darle al teclado, y yo doblemente caliente, porque además de perder no podía conseguir que Jorge puteara.
"Puteá, puteá como un hombre, no seas cagón" y él nada.
Volvía a perder y con mirada de zorro disfrutaba "La gran moura, aguante la mourira!" vitoreaba Jorge.
Un día llevó la alquimia más lejos. Trabajaba a deshora la materia del lenguaje Jorge. Se había hecho una copia del juego, y retaba no sólo a su hermano, sino también a sus amigos. Mostraba ante el mundo la fuerza de Lamoura. "Tomen, manga de pouros" les decía. "Sirvanse de esta choura, prueben todos juntos la destreza de Lamoura". Chorch era imparabale. No sólo no habíamos conseguido que puteara ante la situación más adversa, sino que ahora anteponía la pronunciación americana sobre los insultos más vulgares.
Con Chorch, una vez conseguimos un juego para computadora de boxeo. Tenía a varios pugilistas, pero el que elegía a Lamotta, les rompía el alma a todos. Era así. No había con qué darle. Empezamos entrenando livianito, unos minutos por día, y después se hizo vicio, y le dábamos masa al game varias horas. "Grande Lamotta!, con Lamotta te rompo el culo! Mucho, mucho Lamotta, Lamotta for president", pero jorge no puteaba. Jorge nunca puteó. Es un fenómeno. Raro y curioso fenómeno. Nunca se lo ha visto de torso desnudo. Por eso, nos preguntábamos los fines de semana, cuando no reunímos con los gurieses, si tiene ombligo Jorge. Si no tiene ombligo, es probable que sea un Adán anacrónico, y como no putea, y ahora se dejó el pelo largo, ya tenemos a un salvatore nuevo en el barrio.
"Lamoura, la gran Moura" exclamaba Jorge, parafrasenado la pronunciación de los yanquis de la tele. "Qué grande es Lamoura" decía Jorge cada vez que ganaba con Jack Lamotta a Sugar Ray Robinson, y quedábamos con los dedos acalambrados de tanto darle al teclado, y yo doblemente caliente, porque además de perder no podía conseguir que Jorge puteara.
"Puteá, puteá como un hombre, no seas cagón" y él nada.
Volvía a perder y con mirada de zorro disfrutaba "La gran moura, aguante la mourira!" vitoreaba Jorge.
Un día llevó la alquimia más lejos. Trabajaba a deshora la materia del lenguaje Jorge. Se había hecho una copia del juego, y retaba no sólo a su hermano, sino también a sus amigos. Mostraba ante el mundo la fuerza de Lamoura. "Tomen, manga de pouros" les decía. "Sirvanse de esta choura, prueben todos juntos la destreza de Lamoura". Chorch era imparabale. No sólo no habíamos conseguido que puteara ante la situación más adversa, sino que ahora anteponía la pronunciación americana sobre los insultos más vulgares.
Caritas
En el verano pasado vino un pibe que cantaba como los dioses. Fue una de las pocas veces que escuché a alguien cantar tan profesionalmente. Hizo una versión de "Gricel" increíble.
Una vez nos encontramos en la costanera comiendo unas pizzas. El flaco había invitado: "comé careverga". El cantante se tentó mucho y dijo que ese término era bien entrerriano, o por lo menos gualeguaychuense. Ese es el tema de hoy: la careverguización en nuestro lenguaje.
Cuando eramos adolescentes e íbamos para un cumpleaños de quince, si no recuerdo mal, un amigo nuestro estaba haciendo pichí en la puerta del quiosco de una vieja, como solíamos hacer todos durante la madrugada, y como harán las generaciones venideras. De un auto vandálico, emergió una voz intimidatoria: "¿No tenés otro lugar para mear, carita de pija?"
Por los años en que mi tía aún trabajaba en la escuela de Barrio Franco, cuyo nombre y número no recuerdo, me contó que una vez un alumno suyo le gritó: "Chau, careverga!". Ella, ni lerda ni perezosa, tratando de impartir educación de la manera que fuese, identificó al alumno insultante y le hizo buscar en el diccionario el término descalificador. "Es la parte más elevada de un barco, Señorita" dice que le dijo el gurí, asustado, cuando lo agarró en el aula. "Y a usted le parece que yo tengo cara de eso?" Le preguntó al educando que no atinaba a responder.
También se usa el "qué hacés, carita" a secas, a modo de saludo. Sabemos que el de qué está elidido, hay un sexo que se pierde en el saludo. "Carita de nada" como dicen los enamorados, "cara con olor a pedo" como decía Gustavo, "caracúlico" como dicen algunos profesionales de la salud. Nada puede igualar al Careverga, tan nuestro como los carnavale´.
Una vez nos encontramos en la costanera comiendo unas pizzas. El flaco había invitado: "comé careverga". El cantante se tentó mucho y dijo que ese término era bien entrerriano, o por lo menos gualeguaychuense. Ese es el tema de hoy: la careverguización en nuestro lenguaje.
Cuando eramos adolescentes e íbamos para un cumpleaños de quince, si no recuerdo mal, un amigo nuestro estaba haciendo pichí en la puerta del quiosco de una vieja, como solíamos hacer todos durante la madrugada, y como harán las generaciones venideras. De un auto vandálico, emergió una voz intimidatoria: "¿No tenés otro lugar para mear, carita de pija?"
Por los años en que mi tía aún trabajaba en la escuela de Barrio Franco, cuyo nombre y número no recuerdo, me contó que una vez un alumno suyo le gritó: "Chau, careverga!". Ella, ni lerda ni perezosa, tratando de impartir educación de la manera que fuese, identificó al alumno insultante y le hizo buscar en el diccionario el término descalificador. "Es la parte más elevada de un barco, Señorita" dice que le dijo el gurí, asustado, cuando lo agarró en el aula. "Y a usted le parece que yo tengo cara de eso?" Le preguntó al educando que no atinaba a responder.
También se usa el "qué hacés, carita" a secas, a modo de saludo. Sabemos que el de qué está elidido, hay un sexo que se pierde en el saludo. "Carita de nada" como dicen los enamorados, "cara con olor a pedo" como decía Gustavo, "caracúlico" como dicen algunos profesionales de la salud. Nada puede igualar al Careverga, tan nuestro como los carnavale´.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Ding
No tengo nada para decir.
Hace tiempo que no tengo nada para decir.
No tengo nada qué decir.
Voy a esperar 5 minutos más, si no sale nada, subo esto y lo publico.
Ni en pedo pasan 5 minutos, irán uno y medio. No va a salir nada hoy. Tal vez mañana.
Hace tiempo que no tengo nada para decir.
No tengo nada qué decir.
Voy a esperar 5 minutos más, si no sale nada, subo esto y lo publico.
Ni en pedo pasan 5 minutos, irán uno y medio. No va a salir nada hoy. Tal vez mañana.
viernes, 6 de noviembre de 2009
Le milanesè
"Es corriente en el uso cotidiano del lenguaje encontrarnos con frases como LA VERDAD DE LA MILANESA.
-"Esa es la verdad de la milanesa" suele afirmar alguien y es una sentencia irrevocable.
Cabría que nos preguntemos si realmente el sintagma nominal milanesa (indagando en su estructura interna, con un equipo de investigadortes abocados al estudio de las palabras, descrubimos que Milanesa proviene de Milán, o Milano, como dice el tano mi vecino. Si indica lugar de procedencia, sería un gentilicio. No dejan una consonante librada al azar, como nuestros vecinos, los brasileros. Dios nos guarde)
Ahora bien, la milanesa metafísica que nos compete, cuándo es verdadera. Le caben una o tantas verdades como variedades de milanesas estén preparadas¿? Es más verosímil una de pollo a una de carne¿? De ser esto posible....por qué¿? Y ahora que están tan en boga las de pescado, les cabría también una categoría metafísica o las desechamos por ser orientales¿?
Una vez descartadas las preguntas anteriores para adentrarnos en la consecución de la verdad última o primigenia (según el wing por donde se lo mire), deberíamos batir, y debatir el accidente milanesio. Pongamos por ejemplo que la milanesa es esencialmente de ternera. Accidentalmente podría ser de pan rallado, de centeno o de avena."
Ensayo encontrado en apuntes de cátedra, Arnoux, París, 1900 y pico.
-"Esa es la verdad de la milanesa" suele afirmar alguien y es una sentencia irrevocable.
Cabría que nos preguntemos si realmente el sintagma nominal milanesa (indagando en su estructura interna, con un equipo de investigadortes abocados al estudio de las palabras, descrubimos que Milanesa proviene de Milán, o Milano, como dice el tano mi vecino. Si indica lugar de procedencia, sería un gentilicio. No dejan una consonante librada al azar, como nuestros vecinos, los brasileros. Dios nos guarde)
Ahora bien, la milanesa metafísica que nos compete, cuándo es verdadera. Le caben una o tantas verdades como variedades de milanesas estén preparadas¿? Es más verosímil una de pollo a una de carne¿? De ser esto posible....por qué¿? Y ahora que están tan en boga las de pescado, les cabría también una categoría metafísica o las desechamos por ser orientales¿?
Una vez descartadas las preguntas anteriores para adentrarnos en la consecución de la verdad última o primigenia (según el wing por donde se lo mire), deberíamos batir, y debatir el accidente milanesio. Pongamos por ejemplo que la milanesa es esencialmente de ternera. Accidentalmente podría ser de pan rallado, de centeno o de avena."
Ensayo encontrado en apuntes de cátedra, Arnoux, París, 1900 y pico.
miércoles, 14 de octubre de 2009
Ayer intercepté un mensaje de un malaonda típico: "che, los uruguayos no tienen ni pa´empezar con la murga que les llevamos nosotros", en alusión al partido que se disputa en minutos nomás en Montevideo. Es el sentimiento antimaradona que está tan en boga por estas horas. Yo no lo banco tanto al negro, pero sí me gustaría que tengamos esa cuota de alegría que da el fútbol, un triunfo a lo boca, como el de los minutos decisivos contra Perú, y ver otra vez esa palomita épica que se mandó el Pelusa al mejor estilo Rambert.
Es sólo fulbo, beib.
Es sólo fulbo, beib.
Very good
El problema de ser enamoradizo, además de que me comparen con Adrián, lo cual ya representaría oooootro gran conflicto, es la incomunicación. No hay nada más tonto y desacertado que el amor a primera vista. Ayer me pasó eso que los españoles llaman "hacer el tonto". Estaba tan pero tan impactado por la belleza de una mina, que la espanté. La "atormenté con los dedos" (como diría un poeta urbano) de la mirada. Mientras hablaba sobre no recuerdo bien qué cosa le dije todo con la mirada: tanto tiempo buscándote y por fin te encuentro/ te amo profundamente / me caso ya mismo con vos/ quiero vivir y envejecer a tu lado/ mis ojos son sólo tuyos/ entre tantas otras genialidades.
Tengo un amigo que le pasó algo parecido, pero por mirarle el culo a una gurisa. Cuando era más chico, le afanó la moto al padre y salió a dar una vuelta. Dice que vio pasar a una mina que partía la tierra, y se quedó mirándola por mucho tiempo, mientras avanzaba en la moto. Cuando quiso acordar, estaba sobándose la cabeza abajo de un acoplado de camión, con el marote ensangrentado. La fulana nunca se enteró del accidente que había causado. Es el impacto de la belleza.
En fin...verigud.
Tengo un amigo que le pasó algo parecido, pero por mirarle el culo a una gurisa. Cuando era más chico, le afanó la moto al padre y salió a dar una vuelta. Dice que vio pasar a una mina que partía la tierra, y se quedó mirándola por mucho tiempo, mientras avanzaba en la moto. Cuando quiso acordar, estaba sobándose la cabeza abajo de un acoplado de camión, con el marote ensangrentado. La fulana nunca se enteró del accidente que había causado. Es el impacto de la belleza.
En fin...verigud.
sábado, 3 de octubre de 2009
n/n
Proclamese casta, aquella a quien nadie pretende de amores. Leí una vez esa frase en un almanaque. Viste las que están atrás de la fecha? Bueno, ahí. Tardé un montón en entenderla: le daba vueltas y vueltas y no había caso. No tenía goyete. Hasta que un día me cayó la ficha. !Yastá! Quería decir que la virginidad no existía, de ninguna manera, porque a alguna mujer, en algún momento de su vida, alguien la pretendió. Ahora, de ahí a que fueran a los bifes son 500 pesos apartes.
Como dice Dolina, si no hay onda con una mina por más que le cuentes 25 veces el chiste del paisano que entró a comprar supositorios, no vas a tener suerte.
Pretender y no ser prentendido, corresponder y no ser correspondido, amar y no ser amado...cuánto más noble y sencillo son los sentimientos negativos. Puteá un día que andes apurado y vas a ver cómo te la devuelven. Es instantáneo.
No sé cómo fui a parar acá. Quiero escribir en realidad sobre una persecusión que se acaba de desatar, sobre esos seguimientos que solemos hacer cuando intentamos volver sobre una historia caduca. Escribir sobre esa pesquisa virtual que nos lleva a decir "mirá, dónde anda/ me querrá¿?/ por qué sigue dando vueltas" y empezamos a recorrer frenéticamente páginas, lugares, gente, contactos y la otra ni se entera.
Cuaaaalquiera.
Como dice Dolina, si no hay onda con una mina por más que le cuentes 25 veces el chiste del paisano que entró a comprar supositorios, no vas a tener suerte.
Pretender y no ser prentendido, corresponder y no ser correspondido, amar y no ser amado...cuánto más noble y sencillo son los sentimientos negativos. Puteá un día que andes apurado y vas a ver cómo te la devuelven. Es instantáneo.
No sé cómo fui a parar acá. Quiero escribir en realidad sobre una persecusión que se acaba de desatar, sobre esos seguimientos que solemos hacer cuando intentamos volver sobre una historia caduca. Escribir sobre esa pesquisa virtual que nos lleva a decir "mirá, dónde anda/ me querrá¿?/ por qué sigue dando vueltas" y empezamos a recorrer frenéticamente páginas, lugares, gente, contactos y la otra ni se entera.
Cuaaaalquiera.
viernes, 25 de septiembre de 2009
Tirando revistas
Qué placer es tirar a la mierda una revista después de terminar de hojearla. Así nomás, como viene, al boleo! Tirarla y ver como en el aire se va deshojando. Azotarla contra lo que venga: sillón, piso, pared, puertas. Pero darle con fuerza, con garra, como si fuera la última vez que se azota algo.
Recién terminaba de leer una nota de Carolina Balducci. Me gusta su estilo. Es lo que me llevó a escribir esto. Lo que me inspiró, si cabe el término para esta confesión modesta. Leyendo su nota me acordé inmediatamente de mi ex. Qué garrón esa palabrita. Ex amor, ex pareja, ex proyecto...Exocet! En lo que se había convertido la relación.
Ahora me siento tentado a googlear Carolina Balducci para ver qué cara tiene. Pero tengo miedo a que me decepcione, o peor aún, a que resulte demasiado atractiva y el resultado sea el mismo. ¿Sabrán lo que provocan en los lectores las que escriben en las revistas?
Ya pasaron algunos minutos en que le buscaba un cierre redondo al relato, pero no sale nada. Me voy a juntar la revista.
Recién terminaba de leer una nota de Carolina Balducci. Me gusta su estilo. Es lo que me llevó a escribir esto. Lo que me inspiró, si cabe el término para esta confesión modesta. Leyendo su nota me acordé inmediatamente de mi ex. Qué garrón esa palabrita. Ex amor, ex pareja, ex proyecto...Exocet! En lo que se había convertido la relación.
Ahora me siento tentado a googlear Carolina Balducci para ver qué cara tiene. Pero tengo miedo a que me decepcione, o peor aún, a que resulte demasiado atractiva y el resultado sea el mismo. ¿Sabrán lo que provocan en los lectores las que escriben en las revistas?
Ya pasaron algunos minutos en que le buscaba un cierre redondo al relato, pero no sale nada. Me voy a juntar la revista.
lunes, 10 de agosto de 2009
Noche trebolar
Sucedió anoche. Había algo extraño, como un viento arremolinado y trebolar, mágico, en la penumbra apenas visible por el llanto aromado de sahumerios. Todos asistimos a esa conjunción aromada, de destellos luminosos…y había un niño, más azul que de costumbre tejiendo travesuras, y un hombre con pelos en la cara, con los vellos ancestrales en el rostro, con los vellos por los que se conmovieron nuestros antepasados, un hombre. Y habían mujeres, contagiadas de una enfermedad anacrónica, inactual. Alegres mujeres de color y diversidad, alegres las mujeres de la risa, alegres las mujeres del final.
Como si fuera poco, en el centro, una ronda musical. Tejiendo las hebras del sonido van las cuerdas, como si fuesen copitos de azúcar en el viento trebolar. El viento las guía y las hace volar.
El hombre cuyo nombre implica distancia se encuentra con el niño azul duende y le pregunta: “¿dónde está la bufanda que hace caricias?”
Como si fuera poco, en el centro, una ronda musical. Tejiendo las hebras del sonido van las cuerdas, como si fuesen copitos de azúcar en el viento trebolar. El viento las guía y las hace volar.
El hombre cuyo nombre implica distancia se encuentra con el niño azul duende y le pregunta: “¿dónde está la bufanda que hace caricias?”
(Atrevido). Perdón si lo salpiqué
La existencia se tornaba pesada. Vivir era asistir a una sucesión de eventos intrascendentes en la rutina de un pueblo gris y lejano, como el olvido. Se gestaba en él la idea del suicidio. La mayoría de las veces, pasaba las tardes junto al río, bajo las grebas de los sauces que hilvanaban melancólicas melodías de movimiento y color tras el soplido cálido de la sudestada. Observaba cómo el devenir continuo de las ondas del río lo transportaba a la llanura de los acontecimientos triviales de su vida. No pasaba nada. ¡Nunca!. Nada extraordinario. Me gustaría tener la levedad del agua, pensaba, disgregarme entre la materia viscosa de las olas, como el estallido seminal primitivo que hizo el orden del caos.
Ya no tenía casa donde habitar, ni patria que lo cobijara, ni lenguaje. Había perdido la identidad, y con ella el sentido. Recordaba unos versos de Hugo, y la sonrisa de un niño. En su memoria pululaba el olvido.
Una mujer lo pretendía. Con ella compartió los instantes ulteriores y definitivos: el vértigo, la desnudez, la ceremonia del sexo. Ésta era una expedición orientada a la erección y al orgasmo. Hacían el amor como dos atletas, en una dialéctica de avance y retroceso como luchadores de esgrima, batallando hasta que uno poseía al otro, al que se entregaba y se rendía. La erección era un misterio sagrado alimentado sobre el deseo de trascendencia. Allí debe estar Dios, pensaba. Pero ese misterio se derrumbaba durante el apogeo, sucumbía como sucumben los imperios. El orgasmo era la explosión perpetua que los arrojaba abatidos a cada uno a los extremos de la cama, como si el placer los lastimara.
Una vez más se hallaba a la vera del río, bajo la música del viento que se filtraba entre el ramaje. Había dejado sobre las rocas una pieza metálica. Esperaba paciente la hora precisa. El momento llegaría. Ese instante en que el sol se posaba sobre el metal y lo invadía con su calor y con su luz. Tomó decidido el disco solar hasta sangrar la mano. Sangrar sólo, solo sangrar. Ahora se había transformado en un sol de atardeceres. El sol del ocaso se abría paso entre sus pieles, desgarrándolas. Ahora lo inundaba de luz, irradiaba a su cuerpo desde adentro. Ahora el río era mar, y las olas graves estrépitos que lo rociaban de espuma y de sal.
Ya no tenía casa donde habitar, ni patria que lo cobijara, ni lenguaje. Había perdido la identidad, y con ella el sentido. Recordaba unos versos de Hugo, y la sonrisa de un niño. En su memoria pululaba el olvido.
Una mujer lo pretendía. Con ella compartió los instantes ulteriores y definitivos: el vértigo, la desnudez, la ceremonia del sexo. Ésta era una expedición orientada a la erección y al orgasmo. Hacían el amor como dos atletas, en una dialéctica de avance y retroceso como luchadores de esgrima, batallando hasta que uno poseía al otro, al que se entregaba y se rendía. La erección era un misterio sagrado alimentado sobre el deseo de trascendencia. Allí debe estar Dios, pensaba. Pero ese misterio se derrumbaba durante el apogeo, sucumbía como sucumben los imperios. El orgasmo era la explosión perpetua que los arrojaba abatidos a cada uno a los extremos de la cama, como si el placer los lastimara.
Una vez más se hallaba a la vera del río, bajo la música del viento que se filtraba entre el ramaje. Había dejado sobre las rocas una pieza metálica. Esperaba paciente la hora precisa. El momento llegaría. Ese instante en que el sol se posaba sobre el metal y lo invadía con su calor y con su luz. Tomó decidido el disco solar hasta sangrar la mano. Sangrar sólo, solo sangrar. Ahora se había transformado en un sol de atardeceres. El sol del ocaso se abría paso entre sus pieles, desgarrándolas. Ahora lo inundaba de luz, irradiaba a su cuerpo desde adentro. Ahora el río era mar, y las olas graves estrépitos que lo rociaban de espuma y de sal.
Lontananza
Padre, estoy tan aburrido…
Últimamente me pongo a observar desde la ventana de la planta alta hacia la línea que une los vértices del horizonte, y lo espero vanamente…casi lo puedo ver llegar, con su camisa abierta y sus pectorales anchos, y su sonrisa y su barba y su pelo largo, sintiendo su olor a selva, a lontananza.
Quisiera estar desnudo con él otra vez, y contemplarlo desfalleciente a mi lado, observar su bravura, sus cortes, su hombría, y besarlo y retenerlo en el círculo de mis brazos.
Pero estoy tan aburrido Padre… que quisiera volver en una expedición al vientre de mamá. Hace poquito la veía tomando café y la envidiaba. Veía el rouge profundo de sus labios abiertos como bóvedas, y también la deseaba. El pliegue de sus labios acariciando y tiñendo la porcelana, me entristecía, porque ha pasado el tiempo, cuánto ya, y yo aún deseándola, queriendo profanar sus fauces para no sentirme manchado. Pero este deseo también es mácula y culpa y tristeza.
He visto a mis hermanos, Padre, a esos desconocidos del averno que tienen en la cara tatuada la miseria, y no he podido hablarles, ni sostenerles la mirada. Vi a un demonio rojo de ojos vidriosos, un patético ser mitológico y sentí frío y pena.
Padre, cómo quisiera volver a la tibieza de tu esperma, a la brisa fresca de tu sexo y no sentirme rasgado, pero estoy tan aburrido Padre…
Últimamente me pongo a observar desde la ventana de la planta alta hacia la línea que une los vértices del horizonte, y lo espero vanamente…casi lo puedo ver llegar, con su camisa abierta y sus pectorales anchos, y su sonrisa y su barba y su pelo largo, sintiendo su olor a selva, a lontananza.
Quisiera estar desnudo con él otra vez, y contemplarlo desfalleciente a mi lado, observar su bravura, sus cortes, su hombría, y besarlo y retenerlo en el círculo de mis brazos.
Pero estoy tan aburrido Padre… que quisiera volver en una expedición al vientre de mamá. Hace poquito la veía tomando café y la envidiaba. Veía el rouge profundo de sus labios abiertos como bóvedas, y también la deseaba. El pliegue de sus labios acariciando y tiñendo la porcelana, me entristecía, porque ha pasado el tiempo, cuánto ya, y yo aún deseándola, queriendo profanar sus fauces para no sentirme manchado. Pero este deseo también es mácula y culpa y tristeza.
He visto a mis hermanos, Padre, a esos desconocidos del averno que tienen en la cara tatuada la miseria, y no he podido hablarles, ni sostenerles la mirada. Vi a un demonio rojo de ojos vidriosos, un patético ser mitológico y sentí frío y pena.
Padre, cómo quisiera volver a la tibieza de tu esperma, a la brisa fresca de tu sexo y no sentirme rasgado, pero estoy tan aburrido Padre…
Inconcluso
Estaba pensando en Sartre. En realidad, no tengo la certeza de que pertenezca a él o a su obra el pasaje que me comentó Alicia, pero, desde que se lo escuché, no pude quitármelo de la cabeza. Aparece en mí como una ráfaga que me azota. La escena, según me contaba ella, se desarrollaba en un cuarto, no importa de quién, y estaban por “hacer el amor”; de repente él pregunta: “te gustaría que lo hiciésemos con medias o sin medias”.
Debe ser que este momento es especial, y por eso estoy recordando, muy a mi pesar, aquel pasaje. Todo tiene que ver con la sexualidad, eso no es ninguna novedad. Mejor aún, todo tiene que ver con el deseo. Ahora, recuerdo también cierto relato de Moravia, este es verosímil, porque no me lo refirió ninguna Alicia, tampoco es que desconfíe de ella, sino que me gusta manejarme en el terreno de las certidumbres. En una novela de Moravia, aparece no explícitamente, el tema que aqueja al protagonista: la imposibilidad de relacionarse con los objetos. Él no podía acercarse a las cosas, entendiéndose por tal la categoría universal de cosa. La única manera en que se sintió cerca del mundo, fue cuando conoció a una joven, a la cual poseía de manera enfermiza, en términos estrictamente sexuales.
Creo que es esto lo que me lleva a escribir: el sexo, las pulsiones, el deseo, la necesidad, quizás el amor.
No puedo dejar de pensar en la última vez que hicimos el amor. ¿Será porque soy mal amante que creo que el sexo debería ser una experiencia guiada cuya meta es el orgasmo?
Sí, recuerdo la última vez que hicimos el amor, éramos noche y luna en una dialéctica perpetua. La ventana del cuarto dejaba filtrar una luz tenue como bocanada de humo azul, que insinuaba la silueta de mi amada. Me sentía como un explorador en el valle lunar, extasiado e intempestivo. La penumbra nos lamía con las ascuas de su lengua, recorría nuestros sexos, nuestros párpados, las mejillas. Ella se abría paso, cautelosa. Le ganaba los espacios a la penumbra, descorría las cisuras de su lengua, le ordenaba volver a la bóveda de su boca. Se volcaba mansa sobre mi, gemía como el alcohol del vino en los toneles …
Debe ser que este momento es especial, y por eso estoy recordando, muy a mi pesar, aquel pasaje. Todo tiene que ver con la sexualidad, eso no es ninguna novedad. Mejor aún, todo tiene que ver con el deseo. Ahora, recuerdo también cierto relato de Moravia, este es verosímil, porque no me lo refirió ninguna Alicia, tampoco es que desconfíe de ella, sino que me gusta manejarme en el terreno de las certidumbres. En una novela de Moravia, aparece no explícitamente, el tema que aqueja al protagonista: la imposibilidad de relacionarse con los objetos. Él no podía acercarse a las cosas, entendiéndose por tal la categoría universal de cosa. La única manera en que se sintió cerca del mundo, fue cuando conoció a una joven, a la cual poseía de manera enfermiza, en términos estrictamente sexuales.
Creo que es esto lo que me lleva a escribir: el sexo, las pulsiones, el deseo, la necesidad, quizás el amor.
No puedo dejar de pensar en la última vez que hicimos el amor. ¿Será porque soy mal amante que creo que el sexo debería ser una experiencia guiada cuya meta es el orgasmo?
Sí, recuerdo la última vez que hicimos el amor, éramos noche y luna en una dialéctica perpetua. La ventana del cuarto dejaba filtrar una luz tenue como bocanada de humo azul, que insinuaba la silueta de mi amada. Me sentía como un explorador en el valle lunar, extasiado e intempestivo. La penumbra nos lamía con las ascuas de su lengua, recorría nuestros sexos, nuestros párpados, las mejillas. Ella se abría paso, cautelosa. Le ganaba los espacios a la penumbra, descorría las cisuras de su lengua, le ordenaba volver a la bóveda de su boca. Se volcaba mansa sobre mi, gemía como el alcohol del vino en los toneles …
Inspirado en "El libro de la risa y el olvido"
Amamantar es también un goce, incluso el parto es goce, la menstruación es también una delicia, ≤ esa tibia saliva, esa leche oscura, ese derrame tibio y como azucarado de la sangre ≥, ese dolor que tiene el gusto ardiente de la felicidad.
Milan Kundera, El libro de la risa y el Olvido
No pocas veces reflexiono sobre el misterio insondable que envuelve a la mujer, esa patria de la intriga, lejana e inabarcable como el Absoluto. Contemplar ese misterio nos deja absortos, participar de la belleza nos sacude en espasmos continuos.
De qué cataclismo cósmico son hijas sus palabras, que como niñas que se ajuman, atraviesan la glotis para habitar el aire y reventarle los oídos al silencio…
Qué beldad primigenia forjó su arcilla,
Cuál es el tiempo sagrado del templo de su vientre,
Qué horizontes colman la herida de su sexo,
Bajo las yemas de qué dedos sucumben,
Qué sabor tiene la frescura del aliento que persiguen,
Entre la sal de qué espumas son del mar sirenas,
Qué obsceno mandamiento nos castiga
El corazón, bajo el diario mandato
De servirlas al amor.
Milan Kundera, El libro de la risa y el Olvido
No pocas veces reflexiono sobre el misterio insondable que envuelve a la mujer, esa patria de la intriga, lejana e inabarcable como el Absoluto. Contemplar ese misterio nos deja absortos, participar de la belleza nos sacude en espasmos continuos.
De qué cataclismo cósmico son hijas sus palabras, que como niñas que se ajuman, atraviesan la glotis para habitar el aire y reventarle los oídos al silencio…
Qué beldad primigenia forjó su arcilla,
Cuál es el tiempo sagrado del templo de su vientre,
Qué horizontes colman la herida de su sexo,
Bajo las yemas de qué dedos sucumben,
Qué sabor tiene la frescura del aliento que persiguen,
Entre la sal de qué espumas son del mar sirenas,
Qué obsceno mandamiento nos castiga
El corazón, bajo el diario mandato
De servirlas al amor.
La cura de sueño
“El tiempo vuelve a pasar
pero no hay primavera en Anhedonia”
(Charly García)
El líquido espeso que ingresaba en su torrente sanguíneo la mantenía a salvo. Sentía el cosquilleo de mil hormigas y luego el éxtasis.
Mucho tiempo después, aquella mujer me relataría su experiencia de vida. Yo me sentía como el peor de los espectadores, abatido por unos terribles retorcijones, viéndome en esa habitación que tan bien conozco, contemplando a la mujer una vez más en la cama, harapienta, más vieja, sin hermosa.
Resulta arduo congeniar las imágenes de las fotos de su juventud, aquel cuerpo tallado en ébano de indiecita pinagé, el esmalte de su sonrisa, su mirada dulce, el pelo lacio azabache hasta la cintura, con esta mujer que veo en la cama, recostada, cubierta hasta la cintura, con surcos profundos en las manos y en el rostro.
Hay en el espejo del tocador, un Cristo que nos observa misericordioso y penitente, hermoso y melancólico.
Durante su relato, no intervine más que como oyente. La escuché atentamente sentado en la cama y luego erguido. Decía que había sufrido tanto el destierro, que no podía dejar de pensar y que la única manera de poner fin al dolor era, abrir la puerta del coche en la carretera, y terminar con todo. Pero la retenía su marido: su amor, su bondad, y esa mirada azulísima como el vientre de los océanos.
-Amor, es hora de la segunda inyección.
Y otra vez el éxtasis, la sensación orgásmica de la solución viscosa que la invadía. Y otra la vez la calma.
- Me entristece esta vida campechana, la lluvia, el barro que nos aísla, la pobreza.
-Qué dice, Julia. ¿Entendés algo?
-Está delirando. Siempre le pasa después de las inyecciones.
-¿Dónde está mi hijo?
Otra vez el barro. Otra vez arremangarse y ponerse las botas de goma. Llevarlo en los hombros hasta la parada del colectivo, para que no falte al jardín.
-Amor, vamos a dejarlo un tiempo en la ciudad, para que se nos haga más sencillo durante estos días.
-Yo escuchaba, pero no podía hablar. ¿Me entendés? Sabía todo lo que pasaba alrededor, pero no tenía fuerzas. Esperaba sólo la inyección siguiente, por 24 o 36 horas, no recuerdo.
El doctor la llamaba “cura de sueño”. La había visto destruida, y ese fue su primer diagnóstico: la cura de sueño.
Habló con su esposo, terminada la primera entrevista.
-Su mujer necesita descansar la cabeza. Usted que también es médico debe aplicarle unas inyecciones.
Y así fue, durante unas semanas, ella permaneció anestesiada, sin dolor.
-Ay hijo, lo que hemos luchado en esta casa de mierda. No te das una idea. Yo ayudaba a tu padre en el galpón de pollos y cuando él se enfermó tuve que salir yo cada tres horas a ponerle leña en la salamandra, y levantar esos troncos pesadísimos, para que los pollitos chicos no se murieran de frío. Porque se nos estaban muriendo todos, y el invierno no daba tregua, y si no engordaban no los podíamos vender, y no íbamos a tener un peso. Decí que a ustedes los tenían en el pueblo, les hacían todos los gustos, salían a todos lados, les compraban ropa y juguetes. Nosotros no podíamos darles nada.
-Por eso no veía la salida, y quise abrir la puerta del auto. Pero no podía dejar a tu padre solo. Qué iban a decir. Que se trajo a una correntina depresiva, que era un problema. Yo sentía que él podía hacer su vida con otra mujer. No aguantaba más. Pero antes de abrir la puerta, lo miré, y vi el perfil del hombre del que me enamoré. Vi la robustez de sus brazos sosteniendo el volante, su mirada dura. No podía abandonarlo, ni dejarlos a ustedes.
Detuve la mirada una vez más en aquel Cristo melancólico, mientras reflexionaba sobre el absurdo de escuchar de mi madre esta historia, tanto tiempo después, como si uno estuviera preparado, y ella profanando su intimidad, me confesaba de esta manera tan terrible que me ama.
Para Eulalia
pero no hay primavera en Anhedonia”
(Charly García)
El líquido espeso que ingresaba en su torrente sanguíneo la mantenía a salvo. Sentía el cosquilleo de mil hormigas y luego el éxtasis.
Mucho tiempo después, aquella mujer me relataría su experiencia de vida. Yo me sentía como el peor de los espectadores, abatido por unos terribles retorcijones, viéndome en esa habitación que tan bien conozco, contemplando a la mujer una vez más en la cama, harapienta, más vieja, sin hermosa.
Resulta arduo congeniar las imágenes de las fotos de su juventud, aquel cuerpo tallado en ébano de indiecita pinagé, el esmalte de su sonrisa, su mirada dulce, el pelo lacio azabache hasta la cintura, con esta mujer que veo en la cama, recostada, cubierta hasta la cintura, con surcos profundos en las manos y en el rostro.
Hay en el espejo del tocador, un Cristo que nos observa misericordioso y penitente, hermoso y melancólico.
Durante su relato, no intervine más que como oyente. La escuché atentamente sentado en la cama y luego erguido. Decía que había sufrido tanto el destierro, que no podía dejar de pensar y que la única manera de poner fin al dolor era, abrir la puerta del coche en la carretera, y terminar con todo. Pero la retenía su marido: su amor, su bondad, y esa mirada azulísima como el vientre de los océanos.
-Amor, es hora de la segunda inyección.
Y otra vez el éxtasis, la sensación orgásmica de la solución viscosa que la invadía. Y otra la vez la calma.
- Me entristece esta vida campechana, la lluvia, el barro que nos aísla, la pobreza.
-Qué dice, Julia. ¿Entendés algo?
-Está delirando. Siempre le pasa después de las inyecciones.
-¿Dónde está mi hijo?
Otra vez el barro. Otra vez arremangarse y ponerse las botas de goma. Llevarlo en los hombros hasta la parada del colectivo, para que no falte al jardín.
-Amor, vamos a dejarlo un tiempo en la ciudad, para que se nos haga más sencillo durante estos días.
-Yo escuchaba, pero no podía hablar. ¿Me entendés? Sabía todo lo que pasaba alrededor, pero no tenía fuerzas. Esperaba sólo la inyección siguiente, por 24 o 36 horas, no recuerdo.
El doctor la llamaba “cura de sueño”. La había visto destruida, y ese fue su primer diagnóstico: la cura de sueño.
Habló con su esposo, terminada la primera entrevista.
-Su mujer necesita descansar la cabeza. Usted que también es médico debe aplicarle unas inyecciones.
Y así fue, durante unas semanas, ella permaneció anestesiada, sin dolor.
-Ay hijo, lo que hemos luchado en esta casa de mierda. No te das una idea. Yo ayudaba a tu padre en el galpón de pollos y cuando él se enfermó tuve que salir yo cada tres horas a ponerle leña en la salamandra, y levantar esos troncos pesadísimos, para que los pollitos chicos no se murieran de frío. Porque se nos estaban muriendo todos, y el invierno no daba tregua, y si no engordaban no los podíamos vender, y no íbamos a tener un peso. Decí que a ustedes los tenían en el pueblo, les hacían todos los gustos, salían a todos lados, les compraban ropa y juguetes. Nosotros no podíamos darles nada.
-Por eso no veía la salida, y quise abrir la puerta del auto. Pero no podía dejar a tu padre solo. Qué iban a decir. Que se trajo a una correntina depresiva, que era un problema. Yo sentía que él podía hacer su vida con otra mujer. No aguantaba más. Pero antes de abrir la puerta, lo miré, y vi el perfil del hombre del que me enamoré. Vi la robustez de sus brazos sosteniendo el volante, su mirada dura. No podía abandonarlo, ni dejarlos a ustedes.
Detuve la mirada una vez más en aquel Cristo melancólico, mientras reflexionaba sobre el absurdo de escuchar de mi madre esta historia, tanto tiempo después, como si uno estuviera preparado, y ella profanando su intimidad, me confesaba de esta manera tan terrible que me ama.
Para Eulalia
Palabras del Maestro
"La inmensa mayoría escribe porque buscan fama o dinero, porque meramente tienen facilidad, porque no resisten la vanidad de ver su nombre en letras de molde.
Quedan entonces los pocos que cuentan: aquellos que sienten la necesidad oscura pero obsesiva de testimoniar su drama, su desdicha, su soledad(....)"Ernesto Sábato, El escritor y sus fantasmas.
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